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LA "CUEVA DE LOS  MOROS" DE PASTRANA

TEMPLO OLVIDADO, EREMITORIO Y APRISCO

Existen lugares misteriosos que no parecen llamar la atención de nadie, ni siquiera de los arqueólogos. Se han usado durante siglos para las cosas más diversas. En su origen remoto alguien descubrió que aquel era el lugar idóneo para tallar un templo dedicado a un dios desconocido. En la Edad Media y durante el Siglo de Oro fue celda donde meditaban místicos que dejaron allí su firma. Hasta hace poco un pastor encerró sus ovejas. Ahora no es sino un patético basurero. Sin embargo, aún puede sentirse en él la fuerza de la energía telúrica de la Tierra. 

Lluvia y frío

Conocí esta cueva cercana a la “capital de la Alcarria”, Pastrana, durante un viaje improvisado para comprobar una información. Me la proporcionaron casi clandestinamente en las famosas tertulias de la "Ballena Alegre", en el desaparecido Café Lyon. Allí, que se empezaba a hablar de ufología en una España cuyo régimen político veía enemigos por todas partes. El profesor Sesma, don Fernando, hablaba de la existencia del planeta Ummo, de donde venían unos supuestos extraterrestres que “no podían escribir a máquina” porque sus dedos no se lo permitían. 

Todo el mundo andaba muy nervioso tras estos personajes. Entonces es cuando alguien nos puso sobre la pista de un lugar muy extraño y sugerente. Alfredo, un muchacho del que no tengo noticia hace años y yo, subimos a un tren, ya entrada la noche, camino de Guadalajara. Desde allí intentaríamos llegar a Pastrana. Sería imposible. Cuando llegamos a la ciudad que baña el Henares, nos encontramos con unas calles vacías y oscuras. Un viento frío ululaba en la siniestra y desapacible noche y todo estaba ya cerrado. Así que nos decidimos a hacer el camino andando, en la esperanza de que algún coche nos acercara. A dos aventureros jóvenes no les asustaba mucho la perspectiva de tener que andar toda la noche con el macuto al hombro.

Un coche nos recogió. Fueron 5 kilómetros nada más. Después, no vimos mas que un coche en toda la noche, que por supuesto no se detuvo. En los puertecillos nos nevaba, y en los vallejos nos llovía. El viento no paró en ningún momento. Cuando el cansancio hizo mella en nuestras piernas montamos una sencilla tienda de campaña en el barro de un olivar, al borde del camino.

Dormimos unas cuantas horas y continuamos al amanecer. La niebla lo envolvía todo con su manto húmedo y grisáceo. En el entonces casi abandonado pueblo de Hueva, paramos en busca de algo caliente para desayunar. Nos sirvieron unos vasos de leche en una desvencijada y mohosa tienda en la que colgaban calabazas secas de su techo sujeto por vigas de madera.

Edificios de Pastrana

Es de muchos campanarios y torres. Pasear por sus calles es recibir sorpresa tras sorpresa. La bella Plaza de la Hora, presidida por el Palacio de la Princesa de Eboli, y flanqueada por soportales, tiene un balcón que permite contemplar el Arlés, y más lejos al Tajo. Los mismos paisajes que inundaron los ojos de los místicos españoles en el Siglo XVI.

El palacio Ducal fue testigo de la imposición de hábitos a los primeros monjes que ocuparon el monasterio de el Carmelo. A su izquierda, y bajo un arco misterioso, entramos en la calle Mayor, que nos conduce hasta la Colegiata, erigida por la Orden de Calatrava en el siglo XIV y consagrada a Nuestra Señora de la Asunción y en cuya pared, donde hoy día aparcan los coches, se puede ver una misteriosa lápida en la que aparecen un cráneo y dos tibias, a más de una leyenda ya ilegible. Aquí yacen varios Mendoza, los primeros duques del Infantado y el primer Marqués de Santillana.

El colegio de San Buenaventura fue fundación de fray Pedro González de Mendoza, en el siglo XVII. Aquí se formaron músicos y niños cantores que atendían al culto de la Colegiata.

El convento de San Francisco está en la parte superior de la ladera, con un oratorio adosado, el de Santa Ana. También hay otro, el de San José, de monjas concepcionistas, aquellas que no hace mucho se negaban a marcharse de allí cuando, llegada la edad de jubilación, el obispado las quiso trasladar. En la calle de la Palma sentó sus oficinas la Inquisición.

El barrio que más nos interesa, sin embargo, es El Albaicín, -como en Granada-. Aquí se establecieron los moriscos y se puede ver también la antigua sinagoga, en una calle que debió ser la judería. En la pared podemos apreciar tres artesonados muy sospechosos de ser de inspiración sufí. Todas las calles descienden camino de la llamada Fuente de los Cuatro Caños, una bella pieza con connotaciones simbólicas cercanas a la alquimia. 

La cueva de los moros

España es un lugar donde los “moros” tienen culpa de muchas cosas. Cualquier gruta, cueva u oquedad, se convierte en lugar donde los sarracenos supuestamente enterraban sus tesoros. Esto sólo se corresponde con la verdad en muy pocos casos. Pastrana tiene también su “cueva”: nuestro objetivo.

En principio acudimos allí atraídos por la posibilidad de que el lugar estuviera relacionado con temas extraterrestres debido a un signo que podría interpretarse como el que presentaba la panza del ovni de San José de Valderas, que luego resultó ser falso. Además, un profesor universitario había apuntado la posibilidad de que se tratara de un viejo templo astronómico. 

Así que descendimos por la carretera camino de Albalate de Zorita. En la bifurcación que se dirige a Valdeconcha hay una gran roca arenisca, entre rojiza 

signos extraños de tipo circular y, en la parte más alta el que he mencionado que podría asemejarse con el de Ummo, rodeado por una especie de compás. Desde luego son tres líneas a las que cruza una tercera.

Todo estos signos permiten conocer que, al menos posteriormente, alguien reconoció y disfrutó del carácter sagrado de este lugar, donde floreció la mística. Es cierto, desde allí mismo se puede contemplar el Convento Carmelita de San Pedro, fundado por Santa Teresa y San Juan de la Cruz en 1569. Hoy día está dividido en dos partes: una, la Hospedería Real, y otra, el Museo de Historia Natural y Museo de Recuerdos de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, administrado por los padres franciscanos. En el establecimiento turístico, además, se puede visitar la conocida como “Cueva de San Juan de la Cruz”.

No es difícil hacerse a la idea de que tanto ésta como las que hemos visitado fueron utilizadas como celdas para meditar y alcanzar estados ascéticos. Aquí, los eremitas y místicos del siglo XVI y anteriores, posiblemente, se retiraron a ponerse en contacto con Dios. No olvidemos que, lógicamente, en aquel tiempo este era un lugar mucho más aislado y seguramente tan tranquilo o más que hoy, donde sólo los coches y los perros rompen el silencio. Entre las cuevas y el convento hay unos quinientos metros. Por esta razón, los que aquí realizaron sus prácticas, lo hicieron convencidos de que ése era un lugar idóneo. Y dejaron constancia de ello firmando en la propia roca. 

Un lugar de poder

Habrá quien afirme que este sorprendente lugar, no es otra cosa que un almacén destinado a albergar tinajas de aceite o grano. Desde luego ha sido utilizado para este fin en multitud de ocasiones, pero hay un detalle que me permite reconocer personalmente en él un lugar de poder que ha sido olvidado.

En primer lugar, no conocemos a los constructores de este lugar, aunque las investigaciones oficiales apuntan a las colonizaciones de celtas e íberos. Sin embargo, no podemos olvidar que las guerras púnicas se celebraron en España, lo que haría posible que sus artífices fueran los cartagineses (fenicios). Esto justificaría la semejanza estilística de este lugar con otros que se encuentran en Argelia, Túnez, Egipto o Palestina, por ejemplo. Podemos así afirmar que hubo un flujo de culturas orientales y norteafricanas en la península ibérica, cosa que por otra parte esta bien demostrado.
Y ¿cuál es la principal característica del ascetismo oriental?: Su relación con la caverna. 

Si analizamos los efectos, una pista importante es la influencia absoluta de la mística en esta región durante el siglo XVI. Es extraordinaria la cantidad de edificios, huellas y tradiciones religiosas que allí han convivido desde hace mucho tiempo. No olvidemos a aquellos moriscos que, conviviendo con los judíos, decoraron las paredes de las casas de Pastrana. El sufí siempre ha buscado a Dios en el vientre de la Tierra para recibir los más ocultos saberes en la quietud de su interior cálido y energético. Gracias a su influencia es precisamente como durante la Baja Edad Media empieza a esbozarse la mística cristiana en la forma 

Pastrana, capital de la Alcarria

Descolgándose por una ladera en cuya cima hay unos cipreses y una ermita, está Pastrana. Una especie de colmena de la que salen agujas y torres que se destacan contra el ocre de sus tejados. A sus pies, el río Arlés riega las huertas hasta desembocar en el cercano río Tajo. Sus callejuelas íntimas y acogedoras están silenciosas. Solamente de vez en cuando se escuchan los trinos de los pájaros o, al doblar una esquina, el rumor de una fuente. Allí, las piedras nos hablan en silencio de su historia. Romanos, moriscos y judíos; elegantes escudos nobiliarios y militares; ventanas y balcones que evocan los tiempos en que los hombres ocultaban su espada bajo la capa. De vez en cuando una plaza o una callejuela empinada nos muestra sus secretos, como aquel en que, de repente, nos sentimos observados por una fantasmal Santa Faz, que nos mira desde un arco, protegida a medias por un cristal medio roto.

Francisco Moreno Chicharro afirma que esta villa ocupa el lugar donde había un castro carpetano –celta- llamado Palaterna, y después Paterniana. En la época romana fue ocupada por los habitantes de un lugar antiquísimo y enigmático ya desaparecido conocido como La Pangía. Destruida en el 146 a.C. por Tito Sempronio Graco, será reconstruida por un pretor llamado Paterniano. Alfonso VIII la dona en 1174 a la Orden de Calatrava, para premiar el apoyo militar en su lucha contra la familia Castro, de Zorita, pasando de ser aldehuela a villa. Años después, el Papa autoriza al César Carlos para enajenar bienes pertenecientes a las órdenes militares y Doña Ana de la Cerda, viuda de Diego de Mendoza, conde de Mélito, la compra por 20 millones de maravedíes. Posteriormente pasaría a ser propiedad de Ruy Gómez de Silva, valido de Felipe II y marido de la enigmática Ana de Mendoza y de la Cerda: la tuerta "Princesa de Éboli". Esta mujer, se vio envuelta en las intrigas y galanteos del secretario de Felipe II, Antonio Pérez, un individuo de dudosa moral. Participó en enredos políticos y económicos y sembró la discordia entre los dos secretarios del rey. Fue encarcelada en Pinto en 1579, y luego en Santorcaz, en el viejo castillo templario que acogiera también entre sus paredes al Cardenal Cisneros y que Juan García Atienza descubrió como un recinto sagrado dedicado a las abejas. Su última prisión fue su propio palacio en Pastrana. Murió en febrero de 1592, a los 52 años. Cuentan que en su encierro gritaba con frecuencia. El padre Jerónimo Torrontero fue testigo presencial de sus quejas: ¡Qué informaciones tan falsas han sido estas que me ponen en cárcel de muerte! Nunca ofendí a mi Rey y Señor.

Una anécdota refiere que sometió a maltrato a una docena de monjas de un convento fundado por Santa Teresa de Jesús, quienes el 1 de abril de 1574, en clandestinidad y al abrigo de la noche, huyeron a Segovia.

También pasó por allí durante un mes, y este es un dato muy importante, como se verá, San Juan de la Cruz, para recomendar a los frailes ser virtuosos más que penitentes y leer con mucha atención las obras de San Juan Clímaco y las vidas y logros de los ascetas en los desiertos de Tebaida y Scitia.


y gris, rodeada de olivares. A unos cinco metros por encima del asfalto, puede observase a simple vista una entrada donde existen manchas de humo, debidas a las hogueras que se han encendido allí durante años. La galería a la que da acceso tiene, más o menos, 20 metros de largo por 4 de alto. De ella parten distintos pasadizos que terminan bruscamente, aunque posiblemente han sido cegados por alguna razón.

Algo llama la atención desde el primer momento; se trata de una cueva tallada, con sus paredes perfectamente planas. La piedra arenisca es un material muy blando y fácil de trabajar, a la par que sólido. Los pueblos celtíberos realizaron frecuentemente en ella todo tipo de construcciones, como por ejemplo en la soriana Termancia. Pero no sólo habitáculos, sino también lugares de culto. La sensación dentro de este recinto es la de estar en un lugar donde una misteriosa energía te envuelve.

Rodeando la roca se llega a otras entradas. Son siete en total, cruzadas por distintos pasillos que tienen una especie de habitaciones intermedias. La perfección de la talla de las paredes ahora es verdaderamente notable. Además, el juego de luces exteriores acentúa la sensación de que nos encontramos ante un lugar que, si no estuviera en Guadalajara, podría ser una mastaba egipcia, o una galería de Cumas, por ejemplo.

En estas galerías la sección de los pasillos es una pirámide truncada de unos 5 metros de altura. En su parte superior el ancho es de unos dos, y en la base unos cuatro. Los pasillos que cruzan, sin embargo son de paredes planas, lo que permite sospechar que la forma de estas galerías no es casual. El profesor universitario que he mencionado creía que, teniendo en cuenta su orientación y la forma en que penetra la luz en ellas, tanto de día como de noche, es posible que tuvieran alguna utilidad para la observación astronómica.

La sensación de estar en un gran centro energético se hace más intensa aquí. Observamos que se agotan rápidamente las pilas nuevas de las linternas (¿casualidad?).

Los últimos pasillos son más pequeños, y hay algunas gateras descendentes. En el final del último pasillo grande al que se puede acceder hay una inscripción sorprendente, realizada en un lenguaje desconocido. Recuerda vagamente a letras del alfabeto ibérico, o a runas célticas. Sólo es visible si la luz incide lateralmente. A su lado hay practicadas una serie de pequeñas hornacinas que seguramente eran los lugares donde se colocaban velas, candiles de aceite u otros medios de iluminación.

El complejo parece ser un templo destinado a aprovechar las energías telúricas. Fue tallado y construido en una época muy antigua e imprecisable, con la función de canalizar todas las potencialidades de la Tierra a favor de unas gentes y ritos desconocidos. A pesar de su evidente reutilización, su solemnidad y sus juegos de luces sobrecogen.

En la parte exterior, subiendo por una escalera esculpida en la roca, hay gran cantidad de petroglifos mezclados con graffiti y tonterías realizadas por gamberros. Abundan los que representan una "E" invertida, triángulos con una cruz en su centro, aparentes ballestas y, sobre todo cruces con un triángulo en su base, donde podemos también encontrar una letra a cada lado. También hay 

que hoy la conocemos. Los eremitas de los desiertos en Tierra Santa enseñaron la forma correcta de practicar la contemplación interior, y todos cuantos les siguieron desarrollaron los mismos hábitos. Aquí, como ya hemos dicho, a pocos metros, los dos más grandes místicos del Siglo de Oro, fundaron edificios religiosos. En estos caminos desgarraron sus pies descalzos para llevar un nuevo mensaje de reforma de una comunidad católica que se había separado demasiado del mensaje de pobreza del fundador. El ideal ascético busca estos lugares, y si no los encuentra los imita construyendo templos a su semejanza (criptas).

La “cueva de los moros”, son las cavernas de Qumram. Un claustro maternal que alimenta espiritualmente a sus hijos aprovechando sus energías internas, y que los hombres siempre han utilizado. Un acumulador-amplificador de las fuerzas que mantienen el universo. Un verdadero lugar de poder.

Los nuevos místicos

En nuestros días, en este convulso tercer milenio, hay ansias renovadas de búsqueda de espiritualidad. Hay pasión por aprender y utilizar todos los saberes alcanzados por los sabios, ya sea abiertamente o enterrados en doctrinas secretas. Al nuevo sufí no le sorprende nada ni rechaza nada. Ha descubierto que, tanto en el taoísmo, como en el budismo, como en el hinduismo, el cristianismo o el Islam,... en las creencias de los indios americanos o en cualquier forma de búsqueda interior, conviven los mismos principios. Hay un ansia renovado de buscar las fuentes de la sabiduría en medio de un mundo excesivamente confuso y distraído con colorines. Y a veces las fuentes están a la vista pero no las vemos.

De todos cuantos descubran estas cuevas, unos creerán que los signos de sus piedras tienen un mensaje extraterrestre. Otros verán cualquier otra cosa en función de sus creencias personales. Habrá quien piense que todo esto son tonterías, y otros sentirán sensaciones nuevas en sus galerías, fruto de su propia sensibilidad. Algunos, por ejemplo, ya han realizado allí ritos con velas. Independientemente de cada cual, este lugar es un amplificar del verdadero conocimiento interior. Y por eso fue concebido y utilizado. Como otros muchos lugares que están cerca y que visitaremos posteriormente. Sin embargo este, que según creo fue templo y después cripta, ahora ha sido olvidado.


Juan Ignacio Cuesta Millán